Terry
Eagleton, Ideología
¿QUÉ ES LA IDEOLOGÍA?
Es una variedad de significados, una
relación de definiciones de ideología actualmente en circulación (1995-2012):
a) el proceso de producción de
significados, signos y valores en
la vida cotidiana;
b) conjunto de ideas característico de un
grupo o clase social;
c) ideas que permiten legitimar un poder
político dominante;
d) ideas falsas que contribuyen a
legitimar un poder político
dominante;
e) comunicación sistemáticamente
deformada;
f) aquello que facilita una toma de
posición ante un tema;
g) tipos de pensamiento motivados por
intereses sociales;
h) pensamiento de la identidad;
i) ilusión socialmente necesaria;
j) unión de discurso y poder;
k) medio por el que los agentes sociales
dan sentido a su mundo, de manera consciente;
l) conjunto de creencias orientadas a la
acción;
m) confusión de la realidad fenoménica y
lingüística;
n) cierre semiótico;
o) medio indispensable en el que las
personas expresan en su vida sus relaciones en una estructura social;
p) proceso por el cual la vida social se
convierte en una realidad natural.
El término ideología, en otras palabras,
parece que hiciera referencia no sólo a sistemas de creencias sino a asuntos
relativos al poder.
Así pues, ¿a qué hace referencia la
ideología? Quizá la respuesta más general es que la ideología tiene que ver con
la legitimación del poder de un grupo o clase social dominante. «Estudiar la
ideología», escribe John B. Thompson, «…es estudiar las formas en que el
significado (o la significación) sirve para sustentar relaciones de dominio».
La ideología tiene un proceso de
legitimación con, por lo menos, seis estrategias diferentes:
1. Un poder dominante se puede legitimar
por sí mismo promocionando creencias y valores afines a él;
2. naturalizando y universalizando tales
creencias para hacerlas evidentes y aparentemente inevitables;
3. denigrando ideas que puedan
desafiarlo;
4. excluyendo formas contrarias de
pensamiento;
5. una lógica tácita pero sistemática;
6. oscureciendo la realidad socíal de
modo conveniente a sí misma.
De hecho, el teórico político de derechas
Kenneth Minogue sostiene, sorprendentemente, que todas las ideologías son
esquemas políticamente oposicionales, estérilmente totalizantes frente a la
Sabiduría práctica vigente: «Las ideologías se pueden especificar en términos
de una hostilidad común a la modernidad: al liberalismo en política, al
individualismo en la práctica moral, y al mercado en la economía»," Según
este punto de vista, los partidarios del socialismo son ideológicos mientras
que los defensores del capitalismo no lo son. La medida en que se está dispuesto
a utilizar el término ideología en relación con las propias ideas políticas es
un índice fiable de la naturaleza de la ideología política de uno. Hablando en
términos generales, los conservadores como Minogue recelan de este concepto en
su propio caso, por cuanto calificar de ideológicas sus propias creencias
entrañaría el riesgo de convertirlas en objeto de contestación.
La fuerza del término ideología reside en
su capacidad para discriminar entre aquellas luchas del poder que son de alguna
manera centrales a toda forma de vida social, y aquellas que no lo son.
A la hora del desayuno, una pelea entre
marido y mujer sobre quién dejó que se churruscara la tostada no es
necesariamente un asunto ideológico; pero se convierte en tal cuando, por
ejemplo, empiezan a entablar cuestiones relativas al poder sexual, opiniones en
relación con el papel de los sexos, y así sucesivamente. Decir que este tipo de
discusión es ideológica marca la diferencia, nos informa de algo, como no lo
hacen los significados más «expansionistas» de la palabra. Los radicales que
sostienen que «todo es ideológico» o que «todo es político» parecen no darse
cuenta de que corren el peligro de segar la hierba que crece bajo sus pies.
Se podría pretender igualmente que no hay
un fragmento de discurso que quizá no sea ideológico, dadas las condiciones
apropiadas. «¿Ya has sacado al gato fuera?» podría ser una manifestación
ideológica, si (por ejemplo) implicase tácitamente: «¿O eres el típico
proletario apático?». A la inversa, la afirmación «los hombres son superiores a
las mujeres» no tiene que ser ideológica (en el sentido de defender un poder
dominante); dicho en el tono irónico apropiado, podría ser una forma de
subversión contra la ideología sexista.
Una manera de plantear esta cuestión es
sugerir que la ideología es un asunto de discurso más que de lenguajes. Esto
concierne a los usos del lenguaje actual entre seres humanos individuales para
producir efectos específicos. Uno no puede decidir si una afirmación es
ideológica o no examinándola aislada de su contexto discursivo, como tampoco
puede decidir de esta manera si un fragmento escrito es una obra de arte
literaria. La ideología es menos cuestión de propiedades lingüísticas
inherentes de una declaración que de quién está diciendo algo a quién y con qué
fines. Esto no significa negar que hay «jergas» ideológicas particulares: por
ejemplo, el lenguaje del fascismo. El fascismo tiende a tener su propio léxico
(Lebensraum, sacrificio, sangre y tierra), pero lo que estos términos tienen
sobre todo de ideológicos son los intereses de poder a que sirven y los efectos
políticos que generan. Así pues, la idea general es que un mismo fragmento
idéntico de lenguaje puede ser ideológico en un contexto y no en otro; la
ideología es una función de la relación de una manifestación con su contexto
social.
La palabra más habitual que indica
atracción o compromiso (“interés”) se ha desarrollado a partir de un término
objetivo formal que procede de la propiedad y las finanzas... este término hoy
nuclear para designar atracción, atención y preocupación está saturado de la
experiencia de una sociedad basada en relaciones monetarias. Quizá podríamos
intentar distinguir aquí entre tipos de interés «sociales» y puramente
«individuales», de forma que la palabra ideología denotara los intereses de
grupos sociales específicos en vez de, por ejemplo, el insaciable anhelo de
alguien por el abadejo. Pero la línea divisoria entre social e individual es
notablemente problemática, y los «intereses sociales» forman en cualquier caso
una categoría tan amplia que implica el riesgo de vaciar una vez más de
significado el concepto de Ideología.
Puede ser útil, aun así. Discriminar
entre dos «niveles» de interés, uno de los cuales puede ser ideológico y el
otro no. Los seres humanos tienen ciertos intereses «profundos» generados por
la naturaleza de sus cuerpos: interés por comer; por comunicarse el uno con el otro,
la comprensión y el control de su entorno y así sucesivamente. No parece muy
útil que estas clases de interés puedan ser apodadas ideológicas, como
opuestas, por ejemplo, a tener interés en derrocar el gobierno o a instalar más
lugares para cuidar niños.
El pensamiento posmoderno ha combinado
estos tipos de intereses diferentes de una forma ilícita, haciendo un universo
homogéneo en el que todo. desde atarse los zapatos al derribo de las
dictaduras, está nivelado según una cuestión de «intereses». El efecto político
de esta acción es oscurecer la especificidad de ciertas formas de conflicto
social inflando enormemente la categoría de «intereses» hasta el punto donde
nada resalta en particular.
Describir ideología como discurso
«interesado», entonces, exigiría la misma calificación que si se la
caracterizara como una cuestión de poder. En ambos casos, el término es
enérgico e informativo sólo si nos ayuda a distinguir entre aquellos intereses
y conflictos de poder que en un momento dado son claramente centrales a todo un
orden social, y aquellos que no lo son.
Ninguno de los argumentos presentados
arroja mucha luz sobre las cuestiones epistemológicas involucradas en la teoría
de la ideología por ejemplo, sobre la cuestión de si la ideología puede ser considerada
útilmente como una «falsa conciencia».
Esta es una noción de ideología bastante impopular en nuestros días, por vanas
razones. En primer lugar, la misma epistemología está en este momento de algún
modo pasada de moda; algunos consideran una teoría del conocimiento ingenua y
desacreditada aquella por la que algunas de nuestras ideas «encajan» o
«corresponden a» la manera de ser de las cosas, mientras que otras no
corresponden o encajan. Por otra parte, puede concebirse la idea de falsa
conciencia como si implicara la posibilidad de percibir el mundo en cierto modo
de manera inequívocamente correcta, lo que hoy suscita una profunda sospecha.
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